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algo de vecinos

amigos les dejo esta historia de unos Vecinos.

A Carol le gusta su vecino, pero nunca se lo ha dicho, él estaba casado, tiene dos hijas y una mujer estupenda que le hacía disfrutar mucho en la cama, o eso parecía antes de llegar las niñas. La cuestión es que Carol, la chica joven que no tuvo éxito en el amor, es ahora feliz.

En lo referente a su vecino, intentaba no pensar mucho en él, sobretodo después de haber sido vecinos por más de seis años. Sin embargo, alguna noche jugaba con él en su atrevida imaginación. Alguna de las mañanas, después de haber tenido esas distantes relaciones a las que se atrevía, le ponía mala cara al encontrarle en el ascensor. En otras ocasiones se mostraba muy simpática y agradable. Es lógico que el vecino suponiera en ella cierta poca cordura propia de los solteros, también es lógico que el vecino se equivocase al considerarla de tal manera y no salir de su única vivencia.

Lo que no sabe Carol, es que él la usaba. Así como suena. La usaba cuando buscaba disfrutar en solitario, descargar esa adrenalina contenida del trabajo y los problemas, o por simples ganas de darse un momento de íntimo disfrute.

No es culpa de Carol, pero su físico sí tenía la culpa. Es lo que opinaba el vecino, siendo como es Carol de constitución media y bien proporcionada, con un poquito de más, el justo sazonado para la tentación, en esas partes que el vecino aprecia en una mujer.

La historia de Patricio empezó el mismo día que Carol se mudó al edificio, puerta derecha a la de él y su familia. Le brillaron los ojos al verla. Contenido como sabe hacer, pero sin dejar de ser hombre activo en la percepción del atractivo femenino, supo disimular la observación sobre Carol, tanto que ella creyó que no le interesaba.

Carol fue batante expresiva al verle por primera vez, era verano y estaba lloviendo cuando se lo encontró saliendo de casa, al lado de su puerta. De repente se le erizó todo, temiendo que él la descubriera por la descarada marca de su excitación moldeando la camiseta de algodón. Como en todo lo que nos interesa y es inalcanzable, o deseamos así lo sea, la constante ocupación de Carol en su labor de columnista le permitía distraer el pensamiento de tener al hombre que deseaba al otro lado de la pared. No fue hasta un par de meses de estar instalada, que empezó a pasar alguna noche con Patricio, en su imaginación de alcoba. Pocas opciones le quedaban al escucharles haciendo el amor, más que cerrar los ojos y acompañarles soñando que ella era ella y no la otra. Por otro lado decir que Penélope, a pesar de ser rubia de revista, era una vecina de lo más agradable.

No fue hasta experimentar lo de su primera hija, que Patricio se metió de lleno en crear fantasías íntimas con el recuerdo visual de su vecina Carol. El primer año sólo fueron algunas noches de cariño donde inevitablemente le hacía el amor en plena atmósfera de sensualidad, o permitía que Carol le obsequiase con el personal trato de sus manos y labios. Después, con el nacimiento de su segunda hija, el pensamiento de Patricio empezó a ser más exigente con las fantasías a imaginar con la vecina. Podría decirse que el cariño quedó de lado o era simplemente un preámbulo de gancho para atraer al personaje de Carol y usarlo a su antojo masculino. Incluso viendo el televisor, mientras su esposa intentaba dormir a las pequeñas o daba el pecho a la más pequeña de las dos, él iba tramando la historia en imágenes secretas que sólo existían en su mente. Luego, cuando era oportuno, buscaba dónde esconderse o adelantarse a la cama, para culminar su soñada aventura. La mirada que Patricio ofrecía al día siguiente a su vecina, al coincidir en el rellano del ascensor, siempre era limpia y sabia de esconder los juegos en los que la metía.

En el caso de Carol, si ella había disfrutado de verás durante la noche, mientras él dormía o incluso mientras abrazaba a su esposa, al otro lado de la pared que separaba sus camas, no podía evitar sonreírle con frescura. Eso era algo que cargaba las pilas de Patricio para el resto del día, por muy dura que hubiese sido la noche con las crías. Por el contrario, si la noche soñada por Carol había sido desafortunada, ella se mostraba seca y poco habladora, algo que Patricio simpre le excusaba conociendo como conoce los efectos del trabajo.

La diferencia entre ambos radicaba en ese aspecto de la ficción y la realidad. Para Patricio, su vecina de rellano siempre era su vecina Carol, por mucho que la hubiese usado en sus imaginaciones nocturnas. En cambio, Patricio era premiado o castigado según el capricho de luna que Carol hubiese soñado para ellos dos, y todo dependía del día que hubiese tenido y el cómo ella se castigaba a sí misma negándose lo más sencillo de manipular, su fantasía.

La dificultad de horarios, las obligaciones, las necesidades no sólo físicas sino emocionales de Patricio, llegaron a generar un rencor interior hacia lo relacionado de su relación con las mujeres. Así pues, el deseo contenido hacia su vecina, algo que no le impedía ser el mismo de siempre al cruzar la realidad con ella, le trajo oscuros caminos para la imaginación. Basándose en este sentimiento de su no equilibrio, Carol pasó de ser la oportunidad vecina con la que imaginar la practica del sexo más carnal, a convertirse en una esclava de sus vicios ocultos. No es que la tratase mal o le hiciera cosas que ella no aceptaba con la propia conducta sumisa que el sueño de Patricio le había otorgado, pero ella, en la fantasía de él, tampoco podía disimular el rechazo que no ejercía contra la voluntad de su amo.

Hubo una noche que ambos estaban solos en casa, cabeza contra cabeza, separados por la pared de cada vivienda. Para otras hubiese sido la ocasión de invitarle a cenar en muestra de buena vecindad, para otros hubiese sido la ocasión de estar bien acompañado por una mujer atractiva y sensual. Pero ambos tuvieron miedo, ambos de lo mismo, tanto de poder hacerse realidad sus avanzadas fantasías tan lejanas a la persona real, como de ser rechazados a causa de una confusa imaginación.
No por ello dejaron de escucharse el uno al otro, podría decirse que aquella noche de soledades lo hicieron juntos y a la vez. Ni Patricio ni Carol miraron de silenciar la actividad individual que cada cual realizaba. Al día siguiente, Carol relucía como el sol, y Patricio a punto estuvo de invitarla a tomar un café en el bar de la esquina. Ninguno de los dos le contó al otro nada, pero ambos iban con su especial sueño en la cabeza, creyendo que habían sufrido del mismo sueño. Nada más lejos de pensar, porque aparte de estar desnudos, el resto era bastante divergente.
Para Carol fue una noche larga de caricias, de besos, de tactos, de lento penetrar con la humedad de la lengua, de los dedos, de la verga, una noche donde el sabor de él se prolongaba durante horas en su paladar, donde el olor de su placer se esparcía espeso sobre su piel y ambos lo esparcían con el baile de las manos, donde el calor en su interior explotaba de repente varias veces seguidas al imaginar que le sentía en el orgasmo, una noche de palabras y miradas, de gestos y abrazos que remontaban las ganas de volver a tenerse.
Para Patricio fue la noche más oscura, la prueba indiscutible de la sumisión de su esclava, una noche donde reinaba la espera en penumbras, mientras él observaba en silencio el nerviosismo desnudo de la incomodidad por la posición arrodillada, en el tensar de los senos afectos del frío nocturno, de los pezones de hembra implorantes a que volviera el juego del amo sobre ellos, de la boca secándose al no ocupar su cavidad el miembro del que había aprendido a mantenerse abierta, de los brazos voluntariamente obligados por el pensamiento adiestrado a retirarse y así ofrecer siempre la exhibida belleza de los pechos, del leve rozar de los muslos entre los que crecía la excitación del desespero expectante de penetración, mientras ella no podía verle, tan sólo intuirle con el deseo de volver a ser de él.

Para Carol fue tacto, contacto imaginado convertido en su propio tacto tocándola, buscándola, indagándola con todo el permiso del amor por ser amada como ella amaba, besando y retomando el beso a cada ocasión que sus bocas se acercaban, de besarse toda la piel y volver a los rincones de la entrega. Para Carol fue un tacto de ella en si misma, imaginando como real una afectuosa relación de amantes sin condiciones ni límites, guiados por el ansia amante.

Para Patricio fue morbo de imaginarla, de soñar flashes de posibilidad dentro del mismo sueño mientras la observaba, de ser castigada con el azote, de moldear la exhibición del cuerpo de Carol a su antojo más perverso, de atarla y soñar poseerla colgada de las muñecas, de someterla a la inmovilización supina para volver a tomarla y hacerse con su placer una y otra vez por toda entrada que en ella era ocasión de placer, de castigar la carne de sus pechos y luego usarla como herramienta de onanismo, de ser entregada a otros que ella no podía ver, de que otras mujeres sin rostro la castigaran y gozaran de la educación que Patricio le había impartido. Para Patricio fue la excitación sobre si mismo, la necesidad de perder de vista la realidad y hacer de su existencia una fantasía conjugada a la de su esclava.

Empezaron ambos atentos a los sonidos del otro, a la voz imperceptible, a la respiración casi inexistente, para ir poco a poco juntos hacia los jadeos, los gemidos, hacia la inquietud del sonido en las sábanas, hacia los alaridos del goce donde eran poseídos, sabiendo que detrás del propio sonido del placer estaba el del otro.

Patricio no propuso lo del café, cómo cada mañana, cada cual se fue por su lado después del deseo sincero de tener buen día.

Pasado seis años, quizá cuatro años completamente de esclavitud para Carol, quizá más de cuatro como apasionado amante para Patricio, ambos siguieron siendo las mismas personas que eran antes, demasiado iguales que antes en su relación de vecinos. Eso es algo difícil de creer, ni el silencio sobre las cosas que nos pasan por la cabeza, ni el secretismo de lo imaginado y de las filias a la que la imaginación puede llevar a la mente, es capaz de dejar a las personas impolutas en su realidad, lo oculto prolongado termina siendo parte del ser y pesa sobre él. Aún así, pareciera que la actitud de ellos contradecía la psicología.

En poco tiempo sucedieron varios cambios en los hábitos de Patricio y Carol. Por un lado, la esposa de Patricio revindicó disponer de más tiempo para ella, lo cual fue aprobado por él con el condicionante de que eso también le afectase, es decir, que pudieran salir juntos sin las niñas algún día al mes. Por otro lado, Carol aceptó hacerles de niñera sin compromiso ni cobro alguno, el dinero no le era necesario pero sí el trato con las hijas que no tenía, que por ser para un rato ya le aportaba suficiente satisfacción. Al mismo tiempo, viendo que entraba en casa de Patricio, el amante de sus imaginativas noches, decidió envalentonarse y buscarse con quién poder tener una relación de pareja completa pero sin compromisos que la agobiaran, Cristian se llama él.

Superada la fatiga de lo oculto que proporcionaba placer a Carol, bien distraídos sus sentidos por Cristian, y entendidos como pareja por Penélope, fueron invitados a cenar a casa de las niñas.

Tanto Patricio como Carol se sintieron un poco incómodos al conocer la invitación, pero ambos le supieron disimular bien al otro ese aspecto delator.
La cena fue sencilla, servida con familiaridad e inseparable atención hacia las reinas de la casa que tanto aprecian a Carol. Pasada la media noche, Carol, ayudada por Patricio, logró dormir a las excitadas pequeñas. Al volver al comedor, Cristian y Penélope continuaban hablando de conceptualismo artístico y estilismo compositivo en lo humano, ambos habían coincidido en semejantes profesiones e intereses, así que Patricio, después de un tomar otro chupito de orujo mientras Carol sonreía la palabrería incomprendida entre su macho y la vecina Penélope, decidió ir a la cocina a poner orden. Carol no tardó en seguirle.

Comentaron ambos en la cocina lo duro del día a día, contrastaron sus diferentes vidas y las ventajas y desventajas de lo particular en cada uno. Ambos no pudieron esconder la sonrisa al rozar el tema del sexo, que Patricio dio a entender que estando casado tampoco era tema resuelto. Secando los platos, mientras comían trozos de una tableta de chocolate que abrió Patricio para endulzar la actividad a esas horas, entraron eufóricos Penélope y Cristian. La propuesta de ir de copas y locales nocturnos debía tentar a uno de los dos, mientras el otro se quedaba vigilando el sueño de las pequeñas. Patricio decidió quedarse y Carol también, siendo ella la niñera oficial de la casa no podía hacer otra cosa. Penélope agradeció con un abrazo la comprensión de su esposo hacia las necesidades de ella, y Cristián se despidió con un beso sencillo en los labios de Carol.

Fue una noche decisiva. Cerrada la puerta por la que salieron los juerguistas, Carol rechazo la oferta de que fuera a dormir, no iba a dejar sólo con las niñas a Patricio, quien había preferido hacerle compañía en su labor de niñera. De esta manera fue que ambos fueron al sofá y vieron juntos una película, algo increíble para Carol qué siempre las veía a solas y comentaba con nadie las escenas más impactantes.
De esta manera fue que Patricio quedó dormido contra el hombro de Carol y adormecido fue invitado por Carol a que reposara la cabeza sobre sus muslos. Patricio se tumbó y dejó que Carol apoyara los brazos sobre él, algo que lentamente se fue convirtiendo en un acariciarle el cabello y abrazo de su costado. Teniéndola tan cerca, no fue necesario que Patricio soñara su fantasía para conciliar el sueño, por primera vez en cuatro años lograba dormirse sin indagar en los enigmas inventados por su fantasiosa imaginación. Por primera vez se durmió también Carol, sin concebir una noche de apasionados amantes irrefrenables, y sólo porque podía darle su cariño a Patricio mientras le sentía tan calmado junto a ella.

Fue al amanecer de la noche más calmada de las niñas, que ambos despertaron en el sofá, con la pequeña de la casa recostada en el otro lado de Carol. Después de llevarla dormida a su cama, Carol despertó a Patricio y le dijo que iba a casa. Suponían que Cristian y Penélope debían estar a punto de llegar después de aprovechar toda la noche.

A la semana siguiente, Penélope volvió a salir. Fue cuando Carol llamó a la puerta de Patricio que comprendió con quien había salido su esposa. No provocó problema alguno, al parecer, en temas de salir y diversión, Cristian y Penélope se entendían, lo mismo que Patricio y Carol al preferir ver juntos otra película.

Pasó casi un mes completo de salidas semanales y películas semanales, de llegadas al medio día del sábado siguiente y despertares en el sofá que se convirtieron en comidas en familia. Las niñas disfrutaban tanto de Carol, cuando la encontraban viviendo en casa, como de Penélope cuando se recuperaba de sus salidas nocturnas.

Un domingo por la mañana, Patricio entró en el baño mientras Penélope se duchaba. Quedó sorprendido por las marcas en la piel de su esposa. Al verle, ella se quedó quieta bajo el chorro de la ducha, tapándose con cierto extraño pudor los pechos y el pubis. Él le rogó con el gesto que separara los brazos. Nunca había practicado ninguno de sus sueños, los que había imaginado con Carol antes de dormirse, pero sabía leer en la piel de una mujer las marcas de haber estado sometido su cuerpo a la presión de las cuerdas, de haber sido azotada la carne se sus glúteos y de haber sido otra a la que creía al ver que el vello en su pubis había sido rasurado.

Carol vino a llevarse a las niñas a su casa antes de comer. Patricio y Penélope tuvieron una larga conversación sobre el qué les había sucedido. Hablaron de todo lo que a él le faltaba, de todo lo que ella necesitaba experimentar por ser su silenciada mente una inquieta al respecto de muchas cosas, del placer entre otras. Penélope le confesó que nunca antes había sentido la excitación que sentía al someterse fantasiosamente al capricho de un hombre, a las marcas pasajeras las llamó estigmas del placer, el precio que estaba dispuesta a pagar para sentirse como Cristian la hacía sentir. Patricio no podía dar crédito a lo que escuchaba, mucho menos criticarla habiendo él fantaseado con esas marcas en su imaginación, pero tampoco podía romper el límite de la realidad donde el desequilibrio de su proximidad a Penélope había generado aquel mundo oculto.
No es que Patricio no pudiera satisfacer todas las otras facetas de marido que Penélope necesitaba, pero tener conocimiento de ese hueco imposible de alcanzar por él más allá de la imaginación, le hizo determinar que era necesario un cambio.

Las cosas les han ido bastante bien, todo es cuestión de entenderse y no perder de vista que aquel que queremos puede seguir siendo querido, aunque en una convivencia íntima no podamos mantener el equilibrio. En ese buen entendimiento, decidieron hacer una nueva puerta desde el pasillo del distribuidor hacia la habitación de las niñas, que llevaba al pasillo de distribución en casa de Carol. Ahora pueden cuidar todos de las niñas y disfrutar de ellas en la ausencia horaria de los otros. Las niñas no han notado mucho cambio, Carol es como una madre para ellas y pronto les dará un nuevo hermano. Patricio, Penélope y Carol se encargan juntos de las niñas. Las niñas pasan todas las noches que Penélope sale en búsqueda de sus sensaciones, en casa de Carol y Patricio. Una vez lograda la separación con Penélope, un formalismo necesario, Patricio se fue a vivir al piso de al lado.

Últimamente Patricio lleva días mirando revistas de coches, dice que seis ya son muchos para un turismo.




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