¿Impotencia y Frigidez? (Manual para Superarla)

Hablamos de impotencia en el hombre, y de frigidez en la mujer. Dos males, en un ochenta por ciento de origen psicológico, que además de perjudicar per se a quien los padece, le incorpora el hándicap de la vergüenza. Difícilmente, las personas que las padezcan lo admitirán abiertamente y, de hecho, la manera en que se maneja la
publicidad gráfica, en periódicos y revistas, de los profesionales que las tratan, pone eso de relieve. Impotencia y frigidez aparecen dentro de las “enfermedades secretas” y consideradas (lo que además de constituir un error desde el punto de vista médico, inconscientemente tiende a deprimir y asustar más a quienes las padecen) a la misma altura de las venéreas, como la sífilis o el lúes.

Definiríamos mejor este cuadro si observamos que mientras que socialmente las reacciones son más permisivas en el caso de la frigidez femenina, no ocurre ello cuando de impotencia masculina hablamos, donde incluso es cruelmente usada como excusa para bromas de dudoso humor en las cuales las víctimas son objeto de hilaridad.
Analicemos por qué ocurre esto y conste que no buscamos cumplimentar algún mediocre rol de psicólogos o sexólogos, sino que a estos análisis nos empuja el sincero propósito de facilitar la comprensión de los agravantes —si no los orígenes— psíquicos en las personas perjudicadas.

Como ya hemos dicho, los esquemas sociales hacen que en la mujer esté adecuadamente visto que demuestre cierta “inexperiencia” frente al acto sexual. Hasta tal punto son indignantes ciertas actitudes culturales de los padres frente a sus hijas adolescentes, que éstas, al paso de los años, terminan por aceptar como normal y lógico que el sexo no les interese, soportándolo como una obligación meramente marital. Así, muchas mujeres adultas realizan el coito deseando que “eso termine cuanto antes” y, tras años de insistir en esta postura, llevan indefectiblemente a perder el menor interés
que biológicamente aún podría llevarlas al placer.
Durante generaciones, incluso, que la mujer exteriorizara satisfacción de cualquier forma (con movimientos o con exclamaciones) era motivo más que suficiente para comenzar una disputa o una reprensión masculina. Por otra parte, y en los países de ascendencia latina, aún se sostiene la ridícula afirmación de que la mujer no está tan
necesitada de relaciones porque “tiene su desahogo”, haciendo referencia con esto al período menstrual. Esto es a todas luces absurdo, porque el período no puede reemplazar al coito, y sí es una buena excusa para que los machistas puedan justificar su actividad sexual fuera del hogar.
La frigidez tiene generalmente origen psicológico, en su mayor parte consecuencia de una niñez infeliz y padres castradores. Cuando se educa a una niña a tenerle miedo al sexo (como en muchos colegios religiosos donde aún se habla del baño
como el lugar “donde acecha el diablo”) las pequeñas comienzan a interpretarlo como algo “sucio”. Prácticamente todas las madres, cuando sus hijas tienen menstruación, hacen exagerado hincapié en la necesidad de que estén “bien limpias”. Insisten en que cuiden de “no tener olor”. Más allá de aceptar que la higiene es necesaria —más que nada para comodidad de la misma mujer.


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