Sabías quién era ella, Nami la Gata Ladrona, te sorprendía verla en esta isla, de seguro estaba de paso, debías aprovechar la oportunidad. Te acercaste a la pirata y le pediste follar de forma directa. Nami te miró coqueta, guiñó un ojo e hizo una seña de dinero.
—Sí tienes lo suficiente puedo hacer lo que gustes —dijo divertida, traviesa y provocativa.
Sospechabas que te diría eso, justo acababas de robar un tesoro, sacaste una bolsa con monedas de oro y se la mostraste.
—¿Qué me darás por esto?
Los ojos le brillaron, se relamió los labios e hizo otra seña, una donde simulaba estar chupando algo de forma morbosa.
—¿Solo eso? —preguntaste pues era mucho dinero solo por una felación.
—Si quieres más debes dar más —respondió ella.
—Bien —sacaste más bolsas de oro—. ¿Y con esto?
Sus ojos brillaron y sus mejillas se sonrojaron al ver tanto dinero.
—Por esa cantidad te dejaré hacerme lo que quieras durante una hora.
—Eres cara, espero valgas la pena —la agarraste de la mano y la llevaste a una posada.
En el cuarto te sentaste en la cama y le pediste que se desnudara. Nami lo hizo de forma sensual viéndote a los ojos. Observaste sus curvas, sus pechos grandes, carnosos y relucientes, sus areolas, sus pezones, su vientre plano, sus piernas y su coño rosado con vello recortado y naranja.
—¿Algo más? —preguntó sensual.
Hiciste una seña para que te la chupara. Ella se subió a la cama, se puso en cuatro, se acercó a ti gateando, desabotonó tu pantalón, sacó tu falo de forma juguetona, lo agarró entre sus manos, lo acarició con todos sus dedos suaves, finos y cálidos, después lo masturbó deslizando sus manos de arriba hacia abajo de forma pervertida y luego presionó sus tersos, tibios y húmedos labios contra tu glande, chupándolo.
Te daba una mirada sensual, brillante y sometida.
—Chupa más —ordenaste.
Ella obedeció, cerró los ojos y tragó tu grosor por completo, su boca fue un embudo succionando tu falo.
Movió su boca y deslizó sus labios alrededor de tu erección de forma lasciva, llenándola de saliva. Su lengua rodeaba tu tronco dentro de su boca y también saboreaba tu glande con lamidas circulares, expertas y apasionadas.
Te la chupó y relamió durante minutos.
—Ya está lubricado —jadeaste—. Móntate.
Nami apartó su boca de tu falo, sus labios seguían unidos a este por hilos de saliva, se relamió y se colocó encima de ti.
Tú le amasaste los pechos y frotaste sus pezones, sentiste como se ponían duros.
Nami jadeó, sus mejillas se colorearon más.
—No tardes, móntame ya —la apresuraste.
—Allá voy.
Agarró tu verga, la colocó contra su coño y bajó sus caderas. Gimió aguda, sonora y pervertida. Tú sentiste como su coño caliente, apretado y húmedo absorbía tu erección. Nami realizó un vaivén sobre ti y soltó gemidos, cada vez más agudos. Su rostro era lujurioso, sus tetas rebotaban con cada movimiento, su coño apretaba tu verga segundo a segundo.
Nami gimió. Tú jugaste con sus pezones, los frotaste, los pellizcaste y los estiraste entre tus dedos.
Nami gimió de forma más sonora y aumentó la velocidad de sus saltos haciendo que la penetraras feroz, a profundidad y con rapidez. Ella gimió con todas sus fuerzas disfrutando de tu verga.
Su coño se puso más húmedo, su cavidad succionó tu verga de forma deseosa, todo su cuerpo resplandecía por todo el placer que le dabas.
—Yo ya... aahh, aaaahhhh.
Gimió con todas sus fuerzas y su coño chorreó fluidos calientes y abundantes. Tú la agarraste de las caderas, la penetraste más salvaje y te corriste en su interior.
—Sí que eres cara pero vales la pena —jadeaste.
Ella estaba agotada, se acostó a un lado tuyo mostrando un gesto morboso de satisfacción total y murmuró:
—Te daré un descuento, te regreso una bolsa de monedas —hizo una pausa para respirar—. Espero que con ese incentivo vuelvas.
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