Tuve sexo con un agente de seguridad

Hola a todos:


Les traigo este relato que espero les guste y los ponga cachondos como a mí.

Tuve sexo con un agente de seguridad.

Como muchos saben soy una persona gay, y eso me ha traído muchos problemas a lo largo de mi adolescencia. Mi familia no era muy abierta en torno a la sexualidad, también había problemas de alcoholismo de parte de mi padre y algunos maltratos. Yo quise fugarme de mi casa varias veces pero no tenía a dónde ir. Una de esas veces donde me sentía atribulado por mis problemas, me fui a caminar por ahí, y no tuve mejor idea que meterme en un edificio abandonado, -bueno, yo creía que estaba abandonado-. Pero al dar un par de vueltas por el edificio, subí al primer piso y mientras estaba parado mirando hacia la nada, una voz fuerte y ronca me dice desde atrás: -¿Qué estás haciendo acá, pendejo?
Yo me asusté y temblaba de los nervios.


Me di vuelta y quien me hablaba era un hombre grande, corpulento, de unos 42 a 45 años. Con uniforme de seguridad: Camisa celeste con charreteras azules, pantalón azul oscuro, un cinto muy grueso de donde colgaban una cachiporra y una cartuchera con un revólver en ella. Coronaban su vestimenta una placa identificatoria con su apellido, y una gorra azul oscura que decía "Seguridad". Definitivamente era un hombre bien parecido, tenía ojos marrones claros, una piel blanca suave, una barba incipiente como de dos o tres días y el pelo negro algo canoso. El hombre medía como 1,80m de altura y su cuerpo parecía bastante trabajado.


Entre mis nervios y todo lo que me estaba pasando no supe mucho qué hacer y sólo se me ocurrió decir: 


-Discúlpeme, señor. No quise molestar, no se lo diga a mis padres. Ya tengo muchos problemas, voy a hacer lo que quiera. 


Mis ojos lo recorrían de arriba a abajo, centrándome especialmente en su bulto que sobresalía de sus pantalones.


-No se lo digas a mis padres, por favor. Voy a hacer lo que quieras.- Volví a insistir, mientras mis ojos se clavaron otra vez en su bulto. Yo tenía muchos problemas pero las ganas de coger no se me iban con nada.


El tipo de seguridad atinó a decirme: -Ya veo cuál es el problema. Ya tengo experiencia en pendejitos como vos...-
Y continuó diciendo: -Vení que no te va a pasar nada-


Estiró el brazo, me tomó por el hombro y me llevó a una habitación cerrada con una luz lúgubre. En la habitación había un pequeño escritorio con una silla, una pequeña cocinita anafe, una cafetera, y un equipo de mate. Una radio desvencijada estaba pasando un partido de fútbol. Al costado, contra la pared, había una cama de una plaza con un un colchón viejo. 


-¿En serio vas a hacer lo que yo te diga?- Preguntó el hombre.


-Sí, señor. Voy a hacer todo lo que usted me diga, TODO. No le voy a causar problemas- Le dije con voz de bebota cachonda.


Y mientras yo le decía esto, el hombre de seguridad se masajeaba el bulto como estirándose la pija hacia abajo. Después aprendería que esa es la típica señal que dan los heterosexuales para indicar que tienen ganas de coger. Pero en ese momento no lo sabía, son cosas que se aprenden con el tiempo y la experiencia.


-Bueno, está bien- Me dijo, y me hizo apoyar con las manos en el escritorio. Empezó a apretar los cachetes de mi trasero con una mano, mientras con la otra se masajeaba el bulto. Después empezó a masajearme los dos cachetes del culo y me daba nalgadas de vez en cuando. Yo gemía de placer y calentura.


Después de eso dejó la cartuchera con la pistola en un rincón lejos de mí. Se desprendió el cinto y dejó caer sus pantalones, que por el peso del grueso cinturón y la cachiporra, cayeron al suelo de un solo golpe.
Para mi sorpresa, este hombre no traía ropa interior, lo cual aumentó aún más mi morbo. Quedó desnudo de la cintura para abajo, y sólo le quedaba la camisa desabrochada. 


Él se acercó hacia la mesa y se apoyó en ella, como si estuviera sentado. Me miró y me indicó que le chupara la verga. Lo cual hice con todo entusiasmo y celeridad. 


-Despacio, pibe, que tenemos tiempo-


Mi entusiasmo era notable, así que descansé un poco y seguí con mi tarea de chupar esa verga deliciosa.


Él me hizo lamerle las bolas y seguir chupándole esa poronga hermosa. Y en un momento, se dio vuelta y me dijo: -Ahora vas a tener que chuparme el culo-


Mi sorpresa fue mayúscula. Nunca lo había hecho ni tampoco se me había ocurrido.


Entonce él dijo: -Dijiste que ibas a hacer lo que yo te dijera. Así que ahora, cumplí si no querés ver las consecuencias.


-Sí, señor- Dije -Haré lo que usted me diga-


Accedí como toda una putita sumisa y empecé a lamerle su hermoso hoyo. Este hombre tenía un culo redondo y bien formado, peludo como un oso. Su delicioso agujerito era de un color rosado claro. Lamí su agujerito virgen y acariciaba al mismo tiempo sus nalgas redondas. Y, mientras él gemía con su voz de macho, yo percibía que su verga estaba cada vez más dura.


Estuvimos un rato así y después se dio vuelta y me pidió que le volviera a chupar la poronga. Cuando la tuve bien babeada, me quitó los pantalones. Me sacó la remera hacia arriba y me hizo ponerme en cuatro sobre el colchón viejo. Yo estaba extasiada, entregada como una putita dispuesta a todo.


Él me escupió un poco el culo y me echó bastante saliva, después de lo cual empezó a apoyarme la cabeza de su hermosa verga. Comenzó a empujar y me la puso con fuerza. 


-¡Ay! Grité con una voz finita.
-¡Ay, papi! ¡Ponémela con todas tus fuerzas!


Con mis anteriores aventuras mi culo ya estaba bastante acostumbrado y tenía sed de verga y de leche fresca. 


El hombre de seguridad arremetió contra mí y me penetró al máximo. Me empujaba con su cuerpo corpulento y peludo. Castigaba contra mis nalgas con su pelvis y su grueso instrumento una y otra vez.  


-¿Te gusta, putito? ¿Es esto lo que querías?
-¡Sí, señor! ¡Castígueme, soy culpable, no lo volveré a hacer!


Me di vuelta y, lejos de asustarme, miraba a mi macho con orgullo y placer, sus ojos se tornaban deseosos.

Sus gemidos de placer con su voz ronca eran cada vez más fuertes y aturdieron toda la habitación. Entonces estalló en un orgasmo loco. 


Acabó dentro de mí y se desplomó con sus pesados 90 kilos de puro músculo sobre mi cuerpo de putita entregada y satisfecha.


Después de que nos recobramos un poco, nos vestimos, él me abrazó con sus brazos peludos y palmeándome la espalda y cola me dijo: -Volvé cuando quieras-. Y así lo hice. Ya tenía un lugar a donde refugiarme cuando las cosas en casa no andaban muy bien.


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