Una Postal del Erotismo Interracial.

Para cuando el quinto moreno volcó su catarata de semen sobre el fondo de mi lengua, el primero estaba nuevamente excitado y quería comenzar a penetrarme.
No aguardó a que terminara de limpiar mis labios de aquel jugo blanco, sino que se acercó a mí y me quitó la poca ropa que llevaba debido al calor de la noche bahiana.
Sobre mis rodillas, acuclillado y levemente inclinado hacia adelante dejé mi puerta anal dispuesta a ser vulnerada por ese hombre que no paraba de acariciarme y separar mis glúteos con sus manos amplias.
Estaban preparados. De un cajoncito comenzaron a salir cremas lubricantes de todo tipo, preservativos de todos los sabores, consoladores de varios tamaños y varias cosas más.
Mientras dos dedos lubricados se encargaban de preparar mi cola, los labios carnosos de otro de los hombres que ya se habían recuperado del primer round se acercaron a los míos. No supe qué me calentó más.
No pude abandonar ese beso y mis manos no pudieron separarse de esa cintura definida. Tanto que fui penetrado sin piedad y sin dolor, recibiendo en mí todo el tamaño erecto del primer hombre, el que estaba detrás mío, y casi no me inmuté hasta que sus movimientos de pelvis me hicieron balancear compulsivamente al ritmo de sus penetraciones.
Yo estaba prácticamente sentado sobre él, muy bien penetrado; su amigo ante mí, besándome. Los labios suaves de uno y la penetración dura del otro me estaban llevando al cielo.
El moreno que me poseía por detrás me obligó a colocarme en cuatro. Su entrada recta por detrás aún persiste en mí. Mientras tanto, el dueño de los labios más dulces se acostó boca arriba, dejando a la altura de mi boca su erección negra y húmeda. Ya conocía su sabor. Y sospeché, por como tomó con sus manos mis mejillas, que deseaba volcar nuevamente sus jugos en mí como lo había hecho antes.
Mi cola parecía abrirse con cada golpe de esa pelvis que golpeaba contra mí.
En ese momento decidí tomar la iniciativa y arriesgar.
Cuando presentí que el semen estaría a punto de estallar en mi boca abandoné mi tarea allí y, con un leve movimiento, el trozo negro que tenía todo dentro en mi cola salió entero. Como si gateara, acerqué mi rostro al de mi amante recostado en el suelo y dejé mi abertura anal sobre su glande caliente y a punto. Me senté sobre él, dejando a la vista solo sus testículos oscuros. Se introdujo en mí sin inconvenientes. Mis movimientos pélvicos hacia adelante y hacia atrás me daban el placer de disfrutar el golpe de su virilidad en las paredes internas de mi cuerpo sediento. No le di libertad a mi hombre, que acabó por derramar toda su potencia en mí a los pocos instantes de estar en mí.
Decidí no moverme más. Dejé fluir el semen como si lubricara anillo anal. La flaccidez post orgasmo retiró de mí ese pene que, unos instantes antes, era un poderoso dueño de mis sensaciones internas.
Pero mi primer amante seguía a la espera y no dudó en penetrarme nuevamente, ahora lleno del líquido seminal que salía de mi cola.
Yo no sé cómo se siente penetrar una cola llena de semen, pero mi negro me tenía tan fuertemente abrazado que yo no podía casi moverme y no tenía más opción que resistir su penetración llena de fuerza, gemidos y, finalmente, de un jugo caliente que terminó en mí tan dentro a causa de la penetración llena de lujuria que imaginé no poder seprarme nunca de esa piel que me dominaba.
Tardó en salirse de mí, que seguía en posición “de perrito”. Sus labios besando mi espalda, sus espasmos dentro mío y su pelvis pegada a mis glúteos expuestos a su virilidad era una postal del erotismo interracial.
Pero aún faltaba.
Y la noche seguiría prometiéndome hombres derramando dentro mío sus orgasmos tibios.

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