No fue un sueño

En la playa ya había quedado poca gente: era fines de febrero y la temperatura, para el norte de Brasil, no era la ideal.
Sin embargo, yo me sentía más que cómodo: reposera, sombrilla, algo de música y el ruido del mar siempre movido.
La gente, muy amable, se detiene a hablar en cualquier momento y con cualquiera. Será por eso que tuve la posibilidad de conocer a muchas personas que simplemente estaban de paso por la playa.
Así fue que, corriendo tranquilo, pasó Antonio y me pidió si podía cuidarle las "havaianas" y la remera mientras él se metía un ratito en el agua para refrescarse. Antonio es un moreno que mide 1.80 y debe tener algo así como 40 años; delgado, normal.
Y si yo estoy de vacaciones en ese lugar es porque los negros me encantan...
A su vuelta del agua se sentó al lado mío e intentamos un diálogo. El, arquitecto; yo, turista. El, tomándose un ratito en medio de un proyecto; yo, disfrutando de mis vacaciones, intentando pensar en nada y mirándolo de arriba a abajo con discreción. No fue mucho lo que pude saber de él a causa de su acento particular. Sin embargo, su compañía era agradable. Su amabilidad me resultó placentera.
En mi portugués hablado más o menos a los golpes le conté algo de mí sin demasiado interés. Al fin y al cabo, él estaba corriendo y parecía que seguiría haciéndolo y ahí terminaría nuestra relación.
Como con tanta gente que conocí en esos días.
Hasta que la pregunta del millón llegó: "¿tienes novia?". "No", le dije.
Entonces siguió: "¿Novio?"
"¡No, tampoco!", me hice más o menos el ofendido.
Y el tipo se fue al agua otra vez a refrescarse.
"Estuve pelotudo", razoné. ¿Cómo vuelvo al tema ahora si lo corté de brote?
Y además, ¿por qué me enojé? ¿Tenía miedo de decirle a un desconocido que soy gay?
Seguí enojado, pero esta vez conmigo mismo.
A su vuelta me invitó con una cerveza que no sólo me sacó un poco la sed, sino que también me aflojó.
Después de hablar de política, ciencia y bueyes perdidos, el tipo volvió al tema.
"No es un problema si tienes novio".
Aunque es cierto que no tengo, yo quería volver al tema y sin mordazas.
El negro me estaba buscando y a mí me gustaba.
No pude disimular la pequeña erección que comenzó lenta a mostrarse bajo mi sunga.
Cuando él la notó y la comentó me preguntó si había estado alguna vez con un hombre.
Le mentí que no, pero igual no me creyó.
Cerquita de la playa quedaba su departamento y me invitó a ir a tomar algo y seguir hablando un poco.
Acepté con un poco de miedo.
Pero ya sentía en la piel una combinación de entrega con calentura que me impedía razonar.
Sabía en qué terminaría y ahora quien buscaba era yo.
Llegamos, me invitó a la ducha para quitarme la arena y él se metió conmigo por detrás.
Me giró y nos besamos con mucha pasión.
Me acarició todo lo que pudo debajo del agua fría. Cerró el grifo, me pasó la toalla por el cuerpo, se me pegó a la espalda apoyándome su trofeo negro erecto entre mis nalgas y me llevó despacito a la cama.
Yo no pude evitar sentarme en la cama, abrir la boca y dejarlo entrar hasta la asfixia.
El espejo grande a sus espaldas me excitaba terriblemente.
Sus glúteos firmes entre mis manos aceleraban los latidos del glande poderoso sobre mi lengua.
Sentí que tuve ese placer oscuro en mi boca por un largo rato, interminable.
Sus movimientos pélvicos me excitaban sobremanera.
Se acostó en la cama y continuamos las caricias.
Tetillas, ombligo, la punta de su trozo negro, masculino, firme, recto.
Sus manos en mi cabeza apuraban el ritmo penetrante y deteniéndolo de golpe para no "gozar" en mi boca y poder durar un poco más me hacía sentir a su entera merced.
El departamento era compartido. Se oían ruidos y le entendí algo así como que en cualquier momento llegaría gente. Eso le agregaba a la escena algo de morbo y nerviosismo.
Camisinha y crema de por medio comenzó a penetrarme estando él acostado y yo sentado sobre su pubis.
Siempre prefiero así de entrada si el pene es grande.
Pero bastaron pocos movimientos para que el forro -nunca mejor dicho- se rompiera.
El lo lamentó -le dolió un poco- y yo casi me pongo a llorar.
Ninguno de los dos nos animamos a seguir. Me hubiese penetrado con mucha facilidad a esa altura, pero preferí la cordura y él también.
Nos quedamos acostados acariciándonos y, mientras oíamos más ruidos, comenzamos a vestirnos.
Nos despedimos pasándonos todos los datos posibles: yo no quería perder a ese hombre que se me había cruzado de esa manera en medio de mis vacaciones. Y él, parecía, tampoco.
Nos besamos y abrazamos como si fuésemos novios desde siempre.
Me fui de ahí camino al departamento donde me yo alojaba, intentando recordar cada instante, entre pellizcos que evitaran que todo aquello hubiese sido un sueño.
Pero no lo fue.
De hecho, el segundo encuentro, en mi departamento, me lo confirmó.

10 comentarios - No fue un sueño

gabuchin
Muy bueno! Van puntos!
jpcel
Buenísimo! Continúa? No tengo más puntos después te dejo!
GayChaudII
Gracias, amigo. Sí, continúa. ya se viene la segunda parte de la historia.
EnTrampa2
Muy buen post ¿Pasaste por mis relatos?van puntos