Mi Tía, mi amigo y yo (Episodio 3)

Me empezaba a dar cuenta que a la puta de mi Tía la calentaba mi amigo Julio. Había notado que a medida que pasaban los días ella se empezaba a mostrar como realmente era: una yegua madura sedienta de verga. Al principio se cuidaba de andar vestida de manera, digamos, normal pero poco a poco al entrar en confianza fue desprendiéndose de prendas. Un día nos esperó en la cocina en bombachita y camiseta, otro sólo con una toalla corta y el pelo mojado, al siguiente en tetas con tanguita de hilo dental...

Julio alucinaba con la putona barata de mi Tía, pero no quería confesarmelo. Yo me daba cuenta que estaba tramando algo a mis espaldas.
El hijo de puta se la quería coger él solo, sin contar conmigo y eso no me gustaba.

En el campo de mi Tía trabajaba un empleado hacía años y yo suponía que como casi todos los empleados que habían trabajado allí, o bien se la había garchado a destajo o pretendía hacerlo. La muy puta siempre andaba calentando cada verga que se le cruzaba y hubiera sido de extrañar que Ramón no hubiera sido una víctima más de su perversión. Ramón era bastante joven y fuerte, rudo díría yo. Tenía la piel morena por el sol y la carne fibrosa y marcada.

Me propuse un plan por si se cumplía mi premonición. Por la mañana antes de desayunar me fui a la casa de Ramón que estaba a unos trescientos metros de la casa principal, lo encontré tomando un café y fumando desnudo, al principio se apuró por verstirse pero le dije que no se preocupara, que entre hombres eso no debía sorprendernos, hacía calor. Me invitó un café y charlamos.

Le expliqué mi plan sin pelos en la lengua, lo único que voy a anticipar es que cuando concluí, Ramón tenía la verga dura como una piedra, los ojos brillosos y no aguantaba más de la ansiedad por cumplir mi plan.

Al volver a la casa, vi a Tía sólo con sus tacones altísimos de yegua puta y fumando en la cocina. Se sorprendió al verme ya levantado y me preguntó de dónde venía. Con cualquier excusa la tranquilicé, que había ido a caminar un rato, bla...bla...

Me pidió que despertara a Julio y obedecí sin rechistar. Como cada mañana nos dirijimos a la cocina completamente desnudos, Julio había aprendido la costumbre de la casa.

La puta entusiasmada y caliente nos esperaba con el desayuno listo, tomamos café y fumamos largo rato, mientras ella no paraba de mirar la verga hinchada de mi amigo.

Disimuladamente me retiré con la excusa de darme un baño dejándolos solos a ver qué ocurría.

Por la ventana me quedé a disfutar de mi plan.

Ni bien salí, la zorra madura se acercó a Julio y acariciándole el cabello se sentó encima de su verga como si nada, preguntándole cómo la estaba pasando. Julio no podía ni hablar de la excitación, su voz se entrecortaba y su verga se había puesto como una morcilla a punto de explotar. Mi Tía estaba volviendo loco al pendejo refregando el orto moreno y lubricado en la punta de su verga.

En ese momento se oyeron los golpes en la puerta. Era Ramón que pedía ayuda porque unos animales se habían escapado...

Rápidamente mi Tía se incorporó y le pidió a Julio que ayudara a Ramón ya que yo me estaba bañando.

Julio se puso un pantalón corto y zapatillas y salió intentando ocultar su erección.

Caminaron largo rato por un monte cercano a la casa sin decir palabra. Al cruce y ya seguro de que Julio había perdido la orientación aparecí de golpe. Al verme Julio, confundido, no supo cómo reaccionar. Le ordené a Ramón que cumpliera con el plan. Rápidamente le ató las manos en la espalda y lo puso en cuatro patas bajándole el pantalón de un tirón. Sin dudarlo se desnudó rápidamente y sin pensarlo le introdujo el nabo erecto y descomunal que tenía en su orto, ahogué el grito que pegó con su propio pantalón. Era hermoso ver cómo caían sus lágrimas mientras Ramón bombeaba carne dura en su ano irritado. Al poco tiempo quité el pantalón de su boca babeante y me sorprendí que no solo ya no gritara sino que jadeaba como una puta. El hijo de puta estaba gozando, su verga se había inyectado de sangre y estaba dura como una estaca. Ramón le gritaba mientras se lo culeaba: - Para que aprendas hijo de puta..! A la señora no se la coge nadie más que su sobrino y yo, entendiste?

Julio asentía jadeando y pidiendo más verga en su orto. Lo que ví a continuación no lo había visto jamás. La culeada de Ramón fue tan brutal y acertada que mi amigo del alma empezó a echar lechita sin ni siquiera haber tocado su pija... La leche salía a a borbotones y me apuré a juntarla toda en la palma de mi mano para devolvérsela por la boquita, obligándolo a bebérsela y no dejar ni una gota. Ramón le bombeó hasta llenarle el culo de semen espeso y abundante, así con el néctar en su agujero, le pusimos el pantalón y volvimos a casa. Julio caminaba con dificultad pero muerto de placer.

Al llegar a la cocina, mi Tía lo estaba esperando caliente como la hija de puta que era, pero Julio sin decir palabras se fue a la habitación. Parece que había aprendido la lección...

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