Un malbec reserva en roble

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Así decía el vino que tenía en mi mano. Y ahí estaba yo, esperando en su puerta luego de haber tocado el timbre.
Tenía lo mejor de mi placar para la ocasión. Unos zapatos negros bien lustrados, un chupín negro al cuerpo, un cinto negro, una camisa nueva celeste con líneas blancas y mi perfume para ocasiones especiales.  En mi mano derecha el vino que llevaba para la cena y en la muñeca de mi mano izquierda mi reloj blanco con malla de cuero marón que marcaban las 21 hs.
Luego de unos 10 segundos, abrió la puerta. Ahí estaba ella. Una morocha infernal, esa noche más infernal de lo normal.  Tenía unos zapatos que hacían juego con su vestido negro, entallado al cuerpo. Su escote era un cuadro pintado de dos hermosas cúpulas  que asomaban. Claramente no estaba de entrecasa, esa noche se preparó con lo mejor también. Tenía unos aritos hermosos, muy elegantes y varias pulseras en su muñeca derecha.
Un olor muy rico a comida salió al abrir la puerta, pero no tuvo chances de competir con el olor que sentí cuando la saludé. Su perfume era dulce, rico, sensual…  Solo le di un beso en el cachete y le cedí el Malbec.

Cenamos. La comida estaba riquísima. Era carne con una salsa dulce muy rica, suave, acompañada de unas papas con crema y verdeo. La carne casi casi se lleva los aplausos, pero el vino fue el MVP de la noche.  Estaba muy rico. Era un malbec suave, con un gustito a madera que lo hacía muy distinguible. Nos acompaño en toda la cena y nos ayudó a relajar esa tensión por el deseo que había entre nosotros.  Por momentos yo me quedaba mirando fijamente su escote. Moría de ganas de conocer sus tetas, lamerlas y comerlas enteras. Por momentos ella se perdía en mi boca o en mi cuello. La falta de confianza nos daba cordura a continuar con la elegante cena. 

Terminada la comida, nos dedicamos solo al vino y a charlar. Hablamos de la música de su adolescencia y de la mía. Es hermoso como las bandas nos marcan y nos hacen hablar de ellas con tanta euforia. No nos llevábamos muchos años de diferencia, pero yo era algunos años más joven. En ese entonces  yo tenía unos 27 y ella rondaba por los 40. 
Risas iban, miradas venían, el vino estaba a punto de terminarse  y la charla ya empezaba a estorbar.  Tenía que hacer algún movimiento. Estábamos sentados con una luz algo tenue, música muy linda sonando de fondo con volumen bajo… El clima era más que erótico. 
Sin pensar, la tome de la mano y la miré a los ojos… “Que locura fue venir… Es hermoso que por fin me hayas invitado a cena. Me moría de ganas de charlar a solas con vos”… Miré sus ojos de color café que brillaban y me acerqué. Su cuerpo no retrocedió, más bien se acercó a mí y nos fundimos en un beso.
Me tomo de la nuca y se entregó a un beso apasionado, acompañado de un leve gemido… Me quebré como un vidrio en mil pedazos al escuchar ese gemido.

Le retruqué el beso y me levante de la silla, tirando de sus manos hacia arriba logrando que se ponga de pie de golpe. Una vez parados, la bese con pasión y la sujeté de la cintura. Quise sorprenderla, demostrarle que era más apasionado que ella… Pero no me la hizo fácil…
Cuando creo haber tomado las riendas y comenzar a dominar; ella levanta su vestido y cruza una pierna sobre mi cintura, tirando mi silla al piso y quedando de pie solo con una pierna. 
El ruido de la silla, su movimiento brusco, su deseo inmediato de pegar su sexo al mío me enloqueció. Mi corazón comenzó a bombear con furia.
¿¡Cómo puede ser que  estemos así, si hace menos de veinte segundos estábamos tomando un vino sentados y hablando de música!? ¿Cómo pasó todo tan rápido y brusco? Había mucho fuego reprimido y explotó de golpe.
Los besos eran muy intensos. Las lenguas estaban en plena batalla, como dos espadachines, sin dar brazo a torcer ninguna de las dos. Mi erección fue inmediata. Su movimiento de pelvis sobre mi cadera me indicaba cuan excitada estaba ella también. Queríamos lo mismo: Besos, sexo salvaje, locura y desinhibición absoluta. 
Sin pensar en absolutamente nada, le doy un fuerte chirlo en el cachete de la cola y la escucho gemir.  Me miró a los ojos sorprendida por mi reacción y me dijo dos palabras simples, pero afiladas…  “Dame más”… Y fue donde me enloquecí. La miré desafiante y sus ojos me apuñalaban con su mirada… Me prendí fuego…
La di vuelta y la puse contra la mesa, me baje bruscamente el pantalón y el bóxer, desabrochando mi cinto a la velocidad de la luz. Ella quedó de espaldas a mí, sorprendida por mi velocidad. Levante su vestido y baje su tanga rápido pero con delicadeza. 
Mi pija completamente dura, caliente. Cuando toque su sexo y lo sentí literalmente empapado, fue cuando terminé de perder la cordura. Mi yo animal se apoderó de todo: Cuerpo, Mente y Sexo. Sin pensar en  ponerme un forro, la penetré así sin más.  No fue necesario saliva en ninguno de los dos sexos. Ella ya estaba perfecta así. La cogí en seco bien hasta el fondo, le di un chirlo bien fuerte en su hermosa cola redonda, enredé mis dedos en su pelo y lo tironee hacia atrás, para poder gemir en su oreja: “¡¡¡Moría de ganas de cogerte!!!”.
Jamás había tenido sexo sin cuidarme en la primera cita. Pero esto fue increíblemente excitante, demasiado fuego contenido que explotó de golpe en menos de un minuto. No pude controlar la situación bajo ningún punto.
Empecé a penetrarla despacio, para acostumbrarme a su calor. Su temperatura era altísima, y sin forro lo sentía increíble. Baje su vestido en la parte de arriba y empecé a acariciar sus tetas. Eran hermosas, grandes, firmes. Pezones erectos listos para lamerlos. Mientras los acariciaba, mordía su hombro y la cogía a un ritmo menor.  Despacio la sacaba para luego empujar con fuerza y bien al fondo… 
Ella no paraba de gemir mientras yo entraba y salía, entraba y salía. Me costó algo de tiempo acostumbrarme a su volcán interior… Hasta que por fin empecé a subir el ritmo.
Mis testículos golpeaban fuerte mientras la penetraba con furia. Me sentía increíble al dominar de esa forma. Chirlos, mordidas en el hombro, apretones moderados de tetas y de cuello, tirones de pelo hacia atrás… Todo siempre acompañado de fuertes penetraciones, de susurros al oído apretando los dientes, diciéndole cuanto tiempo hacia que la deseaba y cuantas veces había imaginado cogerla así.

Ella no paraba de gemir, de tocarse su clítoris, de pedirme más, de piropear mi firme erección. Me costó darme cuenta de su venida al orgasmo, pero la identifiqué a tiempo…
Comenzó a pedirme desesperada que no frene, que no pare, que le dé más y más duro… ¿Cómo negarme a ese hermoso pedido?
Justo cuando sentí que su respiración se entrecortó, saque mi firme erección y la refregué fuertemente sobre su clítoris…  Chorritos de Squirt salieron de su interior y empaparon mi pija…  Sus piernas comenzaron a temblar mientras sus codos se apoyaron en la mesa. Sus ojos cerrados, un fuerte gemido y una respiración que no paraba de acelerarse.
Mi cerebro animal explotó. Su voz se rompió, mi corazón se aceleró a más no poder y no se me ocurrió otra cosa más que morderla. Clavé mis dientes sobre su hombro y le di un tirón de pelo hacia atrás. Estaba hecho todo un animalito salvaje, lleno de deseo.
Un hermoso Squirt nos había dejado sin palabras. Luego de esto, sería increíblemente fácil que yo acabe. Estaba ahogado en placer. En ningún momento ninguno de los dos se prohibió de nada. Jamás hubo vergüenza. Jamás se perdió el ritmo. Fui por todo lo que quería y ella todo me lo dio. Ahora era su turno.
Se me ocurrió sentarme en su silla y que ella me cabalgue. Quería lamer sus tetas. Lo necesitaba, toda la noche había deseado ese momento.
Cuando se sentó sobre mí, con todo su interior hirviendo y mojado, toda la sangre se fue a mi erección. Me cabalgó sin piedad. Sus tetas estaban hermosas, increíbles. No  podía parar de lamerlas.
Ella saltaba con mucho recorrido en su movimiento. Pasaba de solo dejar  la punta a caer sobre la base del tronco en medio segundo. 

Gritaba. Gemía. Me besaba. Se tocaba los pezones. Enredaba sus dedos en mi pelo y los tiraba hacia atrás.
Yo disfrutaba sus tetas. Le daba hermosos chirlos en su cola. Tironeaba de su pelo y ponía sus ojos frente a los míos... Quería que vea todo mi infierno animal prendido fuego con una mirada.
Cuando supe que ya iba a ser inevitable; le avisé… Y ella cambio su movimiento de penetración con recorrido por un movimiento de frote de clítoris, disfrutando toda mi erección adentro.
Mis lengüetazos estaban enloquecidos, disfrutando sus tetas y su cuello. Mis manos sujetaban fuertemente los cachetes de su cola. Ella estaba locamente perdida, le encantaba.
Finalmente exploté. Sentimos juntos los chorros calientes que salieron de mi sexo duro y ambos acabamos en un orgasmo hermoso… Las miradas se fundieron y nos dimos un suave beso sin despegarnos. El silencio y el agotamiento nos acobijaron por unos 3 o 4 minutos…. 
Nos bañamos, charlamos, nos reímos y unos orgasmos más tardes me fui a mi casa a dormir…

A unos meses de aquella noche, un malbec reserva en roble se interpone entre nosotros.  Ella de un lado de la mesa, yo del otro. Las miradas se cruzan y hablan por sí solas, pero disimulamos perfectamente. Es hora de cantar el feliz cumpleaños. Mi tía contenta, sonríe. Está feliz de tener en su cumple a su sobrino y a su amiga. La morocha infernal, sus amigas y toda mi familia le deseamos un feliz cumple a mi tía, aunque en el interior, la morocha y yo deseamos otra cosa…

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