Los hombres las prefieren góticas

Los hombres las prefieren góticas
Existe algo extraño en una mujer de cabello negro como el éter, ojos profundos como el abismo más alejado del reino de dios, y la piel pálida como un paisaje nublado, porque entre la niebla etérea se esconde una tierra de nadie, el camino hacia lo impredecible, lo misterioso y lo excitante, porque es este velo de sombras blanquecinas lo que limita nuestra intuición y nos hace degustar la exquisitez de las paradojas, la constante cambiante que es la incertidumbre.
Más allá del abismo profundo de su mirada se encontraba el fuego primigenio que le dio energía a todas las acciones, como Prometeo pretendí conseguir aquella llama resplandeciente que se ocultaba en su sagrada oscuridad, dominarla, pero como Ícaro volé muy cerca del sol y mis alas se quemaron, las llamas del abismo me consumieron, mi mirada fue entonces devorada por las fauces inmateriales del abismo y para siempre me perdí.
Una fuerza imposible de detener y difícil de definir acerco mis labios a los suyos, estábamos condenados a compartir nuestra soledad aquella noche. Mi encuentro con el vacío estaba ya consagrado y un escalofrió recorrió mi espalda hasta llegar a mis manos, mis dedos estaban congelados, hacían fricción contra su cuerpo desnudo, sentía sus poros, su cálido sudor y los cristales de hielos que se formaban en mi cuerpo, esta es la paradoja de los amantes congelados, almas perdidas en el tiempos aferrándose al fuego del otro incapaces de sentir nada más que el gélido filo de la soledad.
Como almas perdidas, ahogadas en un mar de indecisiones. Porque las aguas profundas siempre son oscuras, porque somos tan solo dos almas vagabundas, mendigando un poco de tiempo entre los espacios compartidos.

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